Es curioso cómo desde bien pequeñita lo que más le gustaba era un teléfono o cualquier cosa que se le pareciese: móvil, mando de la tele, telefonillo, intercomunicador o incluso el iPad (de juguete o real)... Mencía se lo ponía en la oreja y comenzaba a balbucear como una loca. Con cinco o seis meses ya tenía móviles antiguos de sus papis entre los juguetes del parque y en Navidad su abuelita materna le regaló un móvil de juguete de Barbie hortera como él solo, pero que a la niña le volvía loca. Además, cuando tocabas alguna de las teclas sonaba la canción del "Aserejé" de las Ketchup (¡mortal!).
La cosa ha llegado a tal límite que cada vez que suena el teléfono fijo de casa Mencía lo tiene que coger como sea (si no, monta un "pollo" morrocotudo que impide cualquier comunicación) y charlar con quien esté al otro lado. Esto supone un gran problema: se puede pasar cinco minutos parloteando como un auténtico loro frases sin sentido para los adultos, por lo que quien se encuentra al otro lado de la línea termina colgando y volviendo a llamar al cabo de un rato para poder hablar con la persona con la que estaba interesada desde un primer momento. Al principio tiene mucha gracia, pero cuando tienes que dar un recado y tienes prisa termina siendo un infierno, porque la enana no suelta el teléfono ni calla por mucho que se lo digas.
He encontrado un vídeo que ilustra perfectamente esta situación con nuestra hija. Creo que este niño, como mínimo, será compañero de oficina de Menciíta en cualquier compañía telefónica.
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Sole