lunes, 22 de abril de 2013

"Papá, ¡muá!"

Ya os he contado que Mencía es un poco petarda para comer con sus papis. Todo lo contrario de lo que hace en la guardería, con la chica que le cuida, con algún vecino… Con ellos come estupendamente e incluso sola. Pero con nosotros todo son pegas. Desde bien pequeña. Tras varias consultas a la pediatra, acabamos en la consulta de una psicóloga infantil (ya sé que el nombre asusta, pero no es para tanto). En realidad, el tratamiento es para los padres. O, mejor dicho, los consejos, que es lo que nos "receta" la doctora. El primero y fundamental fue ignorar las rabietas de la niña con la comida, hacer como si no pasase nada si montaba un escándalo al ver la comida o terminase tirándola por el suelo. Se trataba de quitarle importancia. Con más esperanza que convicción empezamos a hacerlo y, aunque no del todo, dio resultado. Las rabietas casi se han acabado, la niña ha empezado a comer sola algunas cosas con nosotros (algo que ya hacía en la guardería y con la chica desde hace meses) y todos estamos más tranquilos. Sin embargo, sigue habiendo algunos días que no hay manera de que desayune o coma lo que le ponemos por delante, especialmente los fines de semana, así que no podemos decir que sea todavía una batalla ganada. Además, hay días en que es muy desesperante ver cómo la niña se niega a comer y, encima, se dedica a "guarrear" con la comida o a derramarla por el suelo. Y termina por agotar tu paciencia.
Eso fue lo que le sucedió a mi marido este domingo. Mientras intentaba que Mencía desayunase unas galletas de barquillo con chocolate que habían sobrado de la fiesta que organizamos para celebrar su cumpleaños con los niños de la urbanización (eso da para otro post), el pobre perdió la paciencia. Resulta que después de que la niña ni tocase el vaso de leche en todo el desayuno y sólo consintiese tomar algo de agua para mojar las galletas, de repente le dio un mini ataque de histeria y se puso a esparcir con las dos manos las galletas (y sus infinitas migas) por toda la mesa de la trona. Como la psicóloga nos ha dicho que no reaccionemos impulsivamente ante estas actitudes, mi marido trató de mantener la calma y anticiparse al próximo movimiento de Mencía sin hacer demasiados aspavientos, pero no pudo. Cuando quiso llegar hasta dónde estaba la niña, ella ya había cogido el vaso de leche y lo había derramado encima de la mesita por donde estaban las galletas y las migas. Y mientras mi marido cazaba al vuelo la taza ya sin una gota de leche, la niña comenzó a dar palmadas sobre la leche y a ponerse perdida mientras se partía de risa. Eso ya fue demasiado. Mi marido estalló en un grito, diciéndole algo así como "¡Ya está bien, esto está muy mal!" Y la niña rompió a llorar. Pero esta vez se había pasado de la raya, así que mi marido le limpió como pudo las manos y la cara, la sacó de la trona y la puso en una esquina del pasillo con intención de ponerla a pensar para poder luego limpiar tranquilo el desaguisado que había en la cocina. Como es lógico, Mencía seguía llorando al ver a su padre tan enfadado y se resistía a quedarse sola en la pared mientras su padre se iba a limpiar. Al tercer intento, o eso me ha contado, la niña dejó de llorar y se quedó quieta, así que el padre se fue a por la fregona para recoger la leche del suelo. Y cuál fue su sorpresa cuando al rato Mencía apareció en la cocina y le dijo "¡Papá, muá!" mientras se acercaba a él con intención de besarle. Casi sin creerselo, mi marido se agachó para recibir ese beso con el que ¡le estaba pidiendo perdón! Era algo que no nos esperábamos de ninguna manera, ya que la niña no es nada besucona y menos aún con su padre por la barba que suele dejarse, aunque le quiere con locura. 
Hoy la psicóloga nos ha explicado que es un gesto de madurez, que significa que ella era consciente de que había hecho las cosas mal y se sentía mal porque su padre se hubiera enfadado con ella. Enfado que desapareció en ese mismo momento, claro está, porque mi marido casi se echa a llorar al ver la reacción de su "princesita", a la que enseguida empezó a abrazar y besar como un loco. En fin, que Mencía se nos hace mayor demasiado rápido y es más lista que el hambre… ¡Menuda nos espera, nos tiene tomada la medida!

3 comentarios:

  1. De generación en generación vamos aprendiendo que 'el arbolico se endereza desde pequeñico' y que los niños son como 'esponjas con ojos' que absorben todo. La cuestión es ir 'empapándose'.
    ¡Muy buena la reacción de Mencía!

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  2. Que lista y que espabilada está! A ver sí poco a poco y con mucha paciencia conseguís lo de la comida. Te hemos echado de menos en el mm.

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Sole